sábado, 10 de noviembre de 2012

Sobre Victoria Diez


Ánimo compañeros que la vida puede más


En Bulevar España casi Juan Paullier hay un graffiti que los montevideanos han hecho propio. Lo usan en postales, en pequeños afiches y artesanías y lo refieren en numerosas páginas de Internet: "Ánimo compañeros que la vida puede más. Victoria Díez".
He aquí la historia de estas palabras.
Hornachuelos es un pueblito de la provincia andaluza de Córdoba, -hoy tiene 4.678 habitantes- en medio de la intrincada serranía y el abrupto paisaje de la Sierra Morena, a unos 50 kilómetros de la antigua capital de los califas. De empinadas y estrechas calles, el pueblo está coronado por una fortaleza árabe y los restos de la torre de su castillo en la plaza de Armas.
Hoy forma parte de un gran parque natural, pero en los años treinta del siglo XX, eran solo tierras escarpadas y pobres, casi inútiles para el cultivo; enormes cotos de caza salpicados de viviendas señoriales, pueblos miserables y un conflicto social endémico.
En las pequeñas poblaciones como Hornachuelos vivía la modesta clase media: el maestro, el cura, el médico, el farmacéutico, los administradores de las fincas, sumados a unos pocos funcionarios y artesanos calificados.
Para comienzos del año escolar de 1928, Hornachuelos tiene una nueva maestra, Victoria Díez, que había nacido el 11 de noviembre de 1903 en Sevilla. Hija de un empleado de comercio, su vocación primera fue la plástica -estudió dibujo en la Escuela de Artes y Oficios-, pero sus padres querían asegurarle una profesión e insistieron en que fuera maestra.
En 1923 se graduó en la Escuela Normal Superior de Sevilla. Recién en 1927 pudo acceder, mediante concurso, a una plaza como "maestra en propiedad" en Cheles, provincia de Badajoz.
Mientras tanto había completado su formación en la Institución Teresiana, una organización de laicos católicos creada en 1911, por Pedro Poveda, con un fuerte énfasis en la promoción humana y la transformación social: "fe y vida" es una de sus divisas.
En 1928 pidió traslado para un destino más cercano a su familia y se le otorgó una plaza en la escuela unitaria de Hornachuelos, con 70 alumnas a su cargo.
En aquellos años, el magisterio, si se lograba un puesto oficial, ofrecía un modesto salario y un trabajo de por vida en una profesión digna y noble, aunque no exenta de problemas y riesgos.
La educación era un campo de batalla político, social y religioso, un objetivo en la mira de fuerzas en conflicto.
Victoria es una morocha típicamente andaluza, que a pesar de una cierta timidez y un físico pequeño y frágil, muestra un carácter entusiasta y una religiosidad muy volcada al compromiso: "No seas mujer de rezar novenas", le escribe a una amiga, "sino alma de oración. No te acostumbres a pronunciar muchas oraciones de rutina, sino aquellas salidas del corazón, compuesta a tu modo."
También tenía la virtud del humor, ausencia de empaque y solemnidad y el don de no tomarse demasiado en serio.
La nueva maestra del pueblo organiza clases al aire libre, enseña canto, pintura, gimnasia rítmica, realiza excursiones a Córdoba y Sevilla.
Cuando el analfabetismo femenino se estimaba en el 90%, Victoria organiza cursos nocturnos para mujeres trabajadoras y una biblioteca para antiguas alumnas.
Además de su labor en la escuela pública, participa de las actividades de la Iglesia local apoyando al párroco, en la Acción Católica, en la catequesis, trabajando con las familias necesitadas del pueblo.
En 1931, con la llegada de la República, fue nombrada vocal y después Presidenta del Consejo Local de Primera Enseñanza, cargo que mantuvo bajo los sucesivos alcaldes, tanto de derecha como de izquierda. Signo del respeto que se había ganado en el pueblo aquella mujer sin poder, sin dinero y sin actividad política.
Cuando, en julio de 1936, estalló la guerra civil, hacía ocho años que Victoria Díez había hecho de Hornachuelos su pueblo, y el pueblo la había hecho su maestra.
El comienzo de la guerra no ahorró violencia a la pequeña Hornachuelos. El 20 de julio la iglesia, que ya había sido incendiada una vez, fue saqueada y arrestaron al párroco.
Pasadas tres semanas, el 11 de agosto dos hombres armados pidieron a Victoria Díez que se presentara a prestar declaración.
Inmediatamente le escribe a su madre, que vive con ella: "Mamaíta, no se asuste usted, estoy aquí hasta que me tomen declaración, estoy en casa de don Paco. Un abrazo, por Dios no se alarme, tenga fe. Agustina, cuídala, que no salga a no ser contigo".
Pero ya no volvería a su casa, a pesar de todas las gestiones para que fuese liberada.
Al día siguiente unos cuarenta hombres armados, en su mayoría con escopetas de caza, practican lo que se llamaba "una saca de presos."
La mayoría de los "escopeteros" no eran del pueblo, aunque sí quienes los dirigían.
En la madrugada del 12 de agosto de 1936 se produce "el paseo", siniestro eufemismo para designar un tipo de crimen que produjo miles de víctimas durante la guerra civil española, perpetrados por bandas de asesinos que pretendían eliminar atisbos de resistencia, cobrar viejas venganzas personales, despojar a su vecino o disfrazar de justicia política lo que era una mera delincuencia asesina.
En la provincia de Córdoba se estima que más de 2.300 personas fueron ejecutadas durante la guerra por parte del bando republicano.
La represión franquista fue aun mayor, superando las 7.500 víctimas durante los tres años de guerra.
El "paseo" de Victoria Díez fue una penosa marcha a pie de doce kilómetros. Con ella iban cuatro labradores, dos maestros, dos albañiles, un estudiante, un mecánico, el secretario del juzgado, el párroco y cinco comerciantes.
Victoria Díez era la única mujer. Los 18 condenados recorrieron senderos de piedras, sofocados por el calor de agosto. A lo largo del camino, Victoria sabrá cargar con los miedos propios y ajenos, dando valor al grupo; "ánimo", es su palabra más repetida, "Ánimo compañeros que la vida puede más."
Al llegar a la llamada mina del Rincón fueron sometidos a un "juicio sumarísimo". Sus delitos: ser de derechas o católicos. Se les condenó a muerte, sin excepciones.
Por razones que se desconocen, Victoria fue la última en ser ejecutada y debió presenciar el fusilamiento de sus compañeros, uno a uno ante la boca del pozo de la mina.
Apenas una semana más tarde, Federico García Lorca sufriría el mismo tratamiento, en Granada.
La única diferencia, el ban- do en el que se guarecían los asesinos
De Victoria Díez, que fue asesinada a los 32 años, nos quedan unas cuantas fotos, unos pocos escritos, algunas labores y dibujos, los testimonios de personas que la conocieron.
Y un graffiti en la lejana Montevideo: "Ánimo compañeros que la vida puede más".

1 comentario:

  1. muchas gracias Fer......la moraleja es: "la vida pudo mas", gracias a graffitis anónimos o a gente como vos la enseñanza de Victoria sigue vigente en estos dias.

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